Es una frase que puede generar muchos comentarios. Algunos dirán qué frase tan fatalista, ni la quiero pensar. Otros pueden interpretarla como en el futuro, es decir, SÍ vivamos hasta que suceda lo inevitable, la muerte, pero mejor no se piensa mucho en eso. Y otros en cambio, la pueden interpretar como aprovechar el tiempo que se tiene con las personas y las experiencias que los rodean sabiendo que todo tiene un fin natural como parte del ciclo de la vida.
Es una frase que captura la dualidad de la vida: la belleza de estar presentes en el momento y la inevitabilidad de la separación, ya sea por la muerte o por otras circunstancias. Esta dualidad vida/muerte o separación desde el punto de vista de la tanatología y logoterapia se puede reflexionar lo siguiente:
El hecho de que se tenga una despedida inevitable recuerda lo valioso que es el tiempo que se comparte con los demás y con uno mismo. Vivir hasta la despedida no significa vivir con angustia, sino aprovechar al máximo el presente, apreciando las pequeñas cosas que componen la vida cotidiana. A veces, la rutina diaria hace olvidar lo efímero que es todo, y el simple hecho de recordar que se está aquí y ahora puede ayudar a vivir más profundamente.
La idea de despedirse puede causar miedo, tristeza o incluso negación, pero también puede ser una oportunidad para aprender a aceptar la finitud. El proceso de la despedida, ya sea en una relación con un ser querido, o con una etapa de la vida, puede enseñar a abrazar lo que se tiene mientras se tiene. Despedirse puede ser una oportunidad para agradecer lo vivido, lo compartido y lo aprendido en el tiempo que se estuvo con la persona. Despedirse con amor y gratitud puede transformar ese momento doloroso en algo significativo.
Cuando se piensa en “vivir hasta despedirnos”, también puede llevar a pensar en el legado que se quiere dejar a partir de cada momento compartido, cada acto de cariño, gestos de apoyo, conexiones genuinas cultivadas a lo largo del tiempo que perduraran más allá de la despedida física a través de los recuerdos.
Muchas veces, el miedo a la despedida proviene de la necesidad de controlar lo que se sabe que es inevitable. Practicar el desapego es aprender a amar de manera libre y sin expectativas de que las cosas siempre se quedarán igual. El amor y la conexión pueden existir, incluso cuando las circunstancias cambian o las despedidas llegan. Las despedidas son momentos de transformación. Cambian, enseñan a enfrentar lo que no se puede controlar, a reconocer nuestra vulnerabilidad, pero también a fortalecer el sentido de resiliencia.
La serenidad frente a la despedida se alcanza cuando entendemos que la vida misma es un ciclo, y que cada ciclo tiene un principio y un fin sin lamentarse por lo que se va y reconociendo que todo tiene su momento. El miedo o la tristeza son naturales, pero también se puede encontrar serenidad al saber que cada despedida abre la puerta a nuevas experiencias.
Anabella Penados Betancourt es una escritora y consejera tanatológica guatemalteca, autora del libro Al oído del otro. Esta obra biográfica narra la vida pastoral del arzobispo metropolitano Próspero Penados del Barrio, ofreciendo un recorrido por su legado y los momentos históricos de Guatemala.