Se ha comentado de la intrusión de la enfermedad en el cuerpo de uno y lo que conlleva la pérdida de la propia salud. Sin embargo, cuando vemos esta pérdida de la salud en un familiar cercano ya sea nuestros padres, hijos, hermanos, primos o amigos es una perspectiva diferente porque uno está afuera como espectador y esto puede dar lugar a la tristeza, enojo, impotencia.
Comparto la experiencia que vivo actualmente. Hace seis años celebramos los ochenta años de vida de mi mamá. Realmente fue una celebración muy bonita con familiares y amigas de colegio de mi mamá, grupos de costura, vecinos. Mi mamá fue con el médico para hacerse un chequeo y resulta que él le dice que quiere platicar con mi papá y los hijos. Cuando me dicen esto pensé: no creo que el doctor quiera contarme un chiste así que mentalmente iba preparada para algo no tan sencillo, pero nunca me imaginé que nos dijera: Su mamá tiene cáncer de hígado.
La intrusa entró en el cuerpo de mi mamá para habitarlo. ¿Cómo tomamos la noticia? Mi mamá de una manera tranquila, positiva al tratamiento que el doctor indicó y decidida a cuánto se tenía que hacer. Mi papá (médico de profesión) atento de igual manera a las indicaciones médicas, preocupado obviamente. Mis hermanos y yo con muchas dudas, pero únicamente se platicó lo que el doctor compartió. Creo que de alguna manera estábamos en negación.
Fuimos a México para que le hicieran una radiofrecuencia para quemar el tumor y aparentemente pues todo bien. Se fueron haciendo chequeos regulares, pero desde hace dos años se presentaron crisis muy fuertes. La cirrosis iba avanzando. Ingresó dos veces al hospital con hemorragias esofágicas, la entubaron, salió de la crisis y parecía de vuelta a cierta normalidad.
Aunque empezó a hacer ciertos cambios en su vida en cuanto a cosas y objetos personales. Sin comentar mayor cosa. Mientras tanto el resto de la familia atentos al transcurso de la enfermedad, sin mayor comentario porque ella siempre fuerte, con la actitud de querer vivir y no darse por vencida. Al inicio de este año mis padres decidieron ir a Petén (lugar natal de mi papá) y estuvieron por 20 días lo cuales disfrutaron. Al regreso, comenzó el movimiento nuevamente de exámenes que indican que “el cáncer va a galope”.
Platicamos en familia, compartimos temores, dudas y decidimos acompañarla, disfrutar los días buenos y los no tan buenos pues apoyarnos. Cada uno desde su rol atentos a cuanto necesite mi mamá y también mi papá. Estamos viviendo un duelo anticipado. Ver el deterioro de mi mamá, aquella mujer fuerte, activa que se va apagando poco a poco. Ha bajado de peso, se llenan sus pulmones y vientre de agua, se hinchan sus piernas, duerme bastante durante el día ya que se cansa con nada, tiene dificultad para caminar. Sin embargo, goza de cierta autonomía y eso lo respetamos ya que tomamos en cuenta sus decisiones.
Ver la pérdida de salud en nuestros padres no es fácil. Aunque el mito es que ellos mueren antes que nosotros, cosa que sabemos que la muerte llega sin aviso a cualquier edad. Pero verlos deteriorarse nos llena de tristeza, enojo, incertidumbre, impotencia. Sin embargo, es una oportunidad hermosa de atenderlos (aunque a veces es cansado y se pierde la paciencia), podemos platicar con ellos, compartir experiencias, escuchar sus anécdotas, reírnos de cualquier cosa. Creo que la vida nos ha dado una maravillosa lección a través de esta intrusa que entró en el cuerpo de mi mamá y es que ELLA LE DICE SÍ A LA VIDA, ELLA MUERE QUERIENDO VIVIR.
Anabella Penados Betancourt es una escritora y consejera tanatológica guatemalteca, autora del libro Al oído del otro. Esta obra biográfica narra la vida pastoral del arzobispo metropolitano Próspero Penados del Barrio, ofreciendo un recorrido por su legado y los momentos históricos de Guatemala.