El silencio que habita
mi corazón

Un día me solicitaron acompañar a una persona mayor que le quitaron un ojo por cáncer. La familia estaba muy preocupada de la reacción que la señora podía tener al verse sin ojo. Llegué, ella (a la que llamaré Lucía) estaba con su ojo tapado y me senté su lado.

Lucía comenzó a contar sobre su operación de una manera muy tranquila, sin miedo diría yo, pero de repente me dijo: “sabes, en esa silla se sentó por última vez mi hijo antes que desapareciera. Y continuó diciendo: esa tarde me comentó que le iban a pagar un dinero y que con eso podría ampliar su oficina. Me dio mucho gusto escucharlo con tanto entusiasmo. Sonó el timbre y mi hijo salió para no volver. Hace casi 40 años que no sé qué fue de él. Al inicio lo buscó la policía, parientes y amigos se preocupaban, pero poco a poco ya nadie hablaba de él, desconozco si por pena hacia mi persona o porque lo olvidaron. Pero yo lo único que sé es que el silencio habitó mi corazón desde ese día”.

Como el caso de Lucía existen muchas historias de parientes desaparecidos ya sea por desastres naturales, guerras, conflicto armado, secuestros, violencia generalizada. El duelo por una persona desaparecida es un duelo doloroso, complejo y muchas veces interminable, que combina el sufrimiento íntimo de la pérdida con la lucha social por la verdad y la justicia. Tiene las siguientes particularidades:

Es un duelo ambiguo e inacabado: no hay certeza de muerte ni de vida, lo que impide los rituales tradicionales de despedida (velorio, entierro, duelo socialmente reconocido).

Genera esperanza y desesperanza al mismo tiempo: las familias suelen vivir entre la espera de encontrar a su ser querido con vida y el temor de descubrir una pérdida definitiva.

Produce sufrimiento prolongado: la ausencia de información y la impunidad alargan y complican el proceso de duelo, convirtiéndolo en un dolor abierto que no cierra.

Afecta a nivel individual y colectivo: no solo se viven emociones de tristeza, culpa, enojo o impotencia, sino que también la comunidad se ve marcada por el miedo, la injusticia y la exigencia de verdad.

Tiene una dimensión social y política: no es solo una tragedia privada; la desaparición forzada suele estar vinculada a contextos de violencia, represión o conflictos armados, por lo que las familias enfrentan además la búsqueda, la denuncia y la lucha por la justicia

En tanatología se habla de “duelo congelado” o “duelo suspendido”, porque la persona que lo vive no puede completar el ciclo de aceptación de la pérdida mientras no tenga claridad sobre lo que pasó. Es necesario dar un acompañamiento a los familiares de desaparecidos, estas son algunas estrategias que pueden ayudar:

  • Reconocer y validar tus emociones: Permítete sentir tristeza, enojo, impotencia o incluso esperanza. No te obligues a “superarlo” rápido; este duelo no sigue un camino lineal.
  • Crear espacios simbólicos: Armar un altar, escribir cartas, encender una vela o guardar un objeto que te conecte con esa persona. Estos rituales ayudan a canalizar la ausencia sin necesidad de cerrar la historia.
  • Mantener un equilibrio entre la búsqueda y el cuidado personal: Seguir los procesos de búsqueda es importante, pero también lo es descansar y cuidar tu salud física y mental. El desgaste emocional puede ser muy fuerte; descansar no significa olvidar.
  • Apoyarte en redes de contención: Hablar con familiares, amistades o grupos de apoyo de personas en la misma situación. Compartir la experiencia reduce la sensación de aislamiento.
  • Expresarte de manera creativa: Escribir un diario, pintar, componer música o cualquier forma de arte puede ayudar a procesar lo que no se puede decir con palabras.
  • Aceptar la ambigüedad: Entender que es un dolor con doble filo: la esperanza de que regrese y el miedo de que no lo haga. Aprender a convivir con esa incertidumbre es un proceso que toma tiempo.
  • Buscar ayuda profesional: el acompañamiento tanatológico te puede ayudar a transitar el duelo de manera asertiva. No es un signo de debilidad pedir apoyo, sino de fortaleza.

Te invito a seguir nombrando, recordando y acompañando. El duelo por los desaparecidos no termina, pero juntos podemos transformar el silencio en memoria, y la ausencia en fuerza compartida porque “El amor permanece, incluso en la ausencia.”

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